Más sin sentido
El confinamiento fue el inicio de una línea que prometía ser más o menos recta. Redujimos nuestros espacios, evitamos los contactos, limitamos los estímulos. Nos pusimos vendas, orejeras, máscaras, guantes, nos tapamos la nariz.
Sí, algo ha cambiado, pero esa línea no es recta. Es una línea borracha que progresa dando bandazos, una suma de fuerzas contradictorias que avanza y se frena, que empuja y se reprime. Porque los comportamientos se desdicen entre sí. ¿Tiene sentido decir que usamos los sentidos en otro sentido?
Las restricciones han engendrado una nueva adaptación al medio. Las calles son un gran baile de máscaras que encierra los sentidos. De algún modo, el uso de los sentidos físicos viene definido por el alcance que damos a otros sentidos no físicos; Miedo, responsabilidad, humor, solidaridad, vida…
Vida. La amalgama ineludible de todos los sentidos. ¿Vivimos porque sentimos o sentimos porque vivimos? ¿Han cambiado nuestras prioridades, nuestros pensamientos? Vivimos para fuera y desde dentro. Sentimos desde dentro y para fuera. Si dejamos los sentidos sin sentido, ¿qué sentimos? La vida nos llevaba a usar nuestro sentido en un único sentido. Pero el miedo, la soledad, el estrés, la empatía... pueden alterarlos, intensificarlos o apagarlos.
Llenamos de voces una calle vacía. Recordamos un olor que no olemos y que nos traslada a un roce que habíamos olvidado. Una foto nos sabe al postre de nuestro restaurante favorito.